jueves, 22 de mayo de 2014
jueves, 8 de mayo de 2014
POESÍA DE WALT WHITMAN
NO TE DETENGAS
No dejes que termine el día sin haber crecido
un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas ...
Versión de: Leandro Wolfson
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas ...
Versión de: Leandro Wolfson
UNA RECITACION UN TANTO PARTICULAR, TAL VEZ OS GUSTE...(Nazareth, estoy segura)
lunes, 5 de mayo de 2014
FRAGMENTOS DE NOVELAS
Marcel Proust. En busca del tiempo perdido. Fragmentos “Por el camino de Swann”:
Recuerdo rescatado del sabor del té y magadalenas:
Hacía ya muchos años que no existía para
mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme,
cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo
tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza
de té. Primero dije que no; pero luego, sin saber por qué, volví de mi
acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que
llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha
de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y
por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a
loslabios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de
magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga
del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo
extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me
invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió
las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos
y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor,
llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es
que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre,
contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan
fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo,
pero le excedía en, mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De
dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un
segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que
ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud
del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco
no está en él, sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y
lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con
menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero
volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi
disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me
vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero
cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí
misma, cuando ella, la que busca, es juntamente el país oscuro por
donde ha de buscar, sin que le sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No
sólo buscar, crear.
Se encuentra ante una cosa que todavía no existe y a la que ella sola puede dar ealidad, y entrarla en el campo de su visión.
Y otra vez me pregunto: ¿Cuál puede ser
ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino
la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se
desvanecen todas las restantes realidades? Intento hacerlo aparecer de
nuevo. Vuelvo con el pensamiento al instante en que tome la primera
cucharada de té. Y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna
claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más; que me traiga otra vez
la sensación fugitiva. Y para que nada la estorbe en ese arranque con
que va a probar captarla, aparta de mí todo obstáculo, toda idea
extraña, y protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos de la
habitación vecina. Pero como siento que se me cansa el alma sin lograr
nada, ahora la fuerzo, por el contrario, a esa distracción que antes le
negaba, a pensar en otra cosa, a reponerse antes de la tentativa
suprema. Y luego, por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a
ponerla cara a cara con el sabor reciente del primer trago de té, y
siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse; algo
que acaba de perder ancla a una gran profundidad, no sé qué, pero que va
ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las
distancias que va atravesando.
Indudablemente, lo que así palpita dentro
de mi ser será la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor
aquel, intenta seguirlo hasta llegar a mí. Pero lucha muy lejos, y muy
confusamente; apenas si distingo el reflejo neutro en que se confunde
el inaprensible torbellino de los colores que se agitan; pero no puedo
discernir la forma, y pedirle, como a único intérprete posible, que me
traduzca el testimonio de su contemporáneo, de su inseparable compañero
el sabor, y que me enseñe de qué circunstancia particular y de qué época
del pasado se trata.
¿Llegará hasta la superficie de mi
conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de
un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en
el fondo de mi ser? No sé. Ya no siento nada, se ha parado, quizá
desciende otra vez, quién sabe si tornará a subir desde lo hondo de su
noche. Hay que volver a empezar una y diez veces, hay que inclinarse en
su busca. Y a cada vez esa cobardía que nos aparta de todo trabajo
dificultoso y de toda obra importante, me aconseja que deje eso y que me
beba el té pensando sencillamente en mis preocupaciones de hoy y en mis
deseos de mañana, que se dejan rumiar sin esfuerzo.
Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor
es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía,
después de mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos por la
mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de
misa), cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena
no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como
había visto muchas, sin comer las, en las pastelerías, su imagen se
había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más
recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados
fuera de la memoria no sobrevive nada y todo se va desagregando!; las
formas externas también aquella tan grasamente sensual de la concha, con
sus dobleces severos y devotos., adormecidas o anuladas, habían perdido
la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero
cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los
seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más
inmateriales, más, persistentes y más fieles que nunca, el olor y el
sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las
ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el
edificio enorme del recuerdo.
En cuanto reconocí el sabor del pedazo de
magdalena mojado en tilo que mi tía me daba (aunque todavía no había
descubierto y tardaría mucho en averiguar porqué ese recuerdo me daba
tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su
cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito
del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para
mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo
únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde
la hora matinal hasta la vespertina, y en todo tiempo, la plaza, adonde
me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer
recados, y los caminos que seguíamos cuando había buen tiempo. Y como
ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cachar ro de
porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que encuanto se
mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a
distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes
consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro
jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las
buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y
Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va
tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.
Profundiza más en el texto en el siguiente enlace:
http://aquileana.wordpress.com/2013/11/01/marcel-proust-en-busca-del-tiempo-perdido-por-el-camino-de-swann-remembrance-of-things-past-swanns-way/
Recuerdo del beso de una madre:
Recuerdo del beso de una madre:
Al subir a acostarme, mi único consuelo
era que mamá habría de venir a darme un beso cuando ya estuviera yo en
la cama. Pero duraba tan poco aquella despedida y volvía mamá a
marcharse tan pronto, que aquel momento en que la oía subir, cuando se
sentía por el pasillo de doble puerta el leve roce de su traje de
jardín, de muselina blanca con cordoncitos colgantes de paja trenzada,
era para mí un momento doloroso. Porque anunciaba el instante que
vendría después, cuando me dejara solo y volviera abajo. Y por eso
llegué a desear que ese adiós con que yo estaba tan encariñado viniera
lo más tarde posible y que se prolongara aquel espacio de tregua que
precedía a la llegada de mamá. Muchas veces, cuando ya me había dado un
beso e iba a abrir la puerta para marcharse, quería llamarla, decirle
que me diera otro beso, pero ya sabía que pondría cara de enfado, porque
aquella concesión que mamá hacía a mi tristeza y a mi inquietud
subiendo a decirme adiós, molestaba a mi padre, a quien parecían
absurdos estos ritos; y lo que ella hubiera deseado es hacerme perder
esa costumbre, muy al contrario de dejarme tomar esa otra nueva de
pedirle un beso cuando ya estaba en la puerta. Y el verla enfadada
destrozaba toda la calma que un momento antes me traía al inclinar sobre
mi lecho su rostro lleno de cariño, ofreciéndomelo como una ostia para
una comunión de paz, en la que mis labios saborearían su presencia real y
la posibilidad de dormir. Pero aun eran buenas esas noches cuando mamá
se estaba en mi cuarto tan poco rato, por comparación con otras en que
había invitados a cenar y mamá no podía subir.
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